martes, 18 de junio de 2013

Decisión y consecuencia

En la complejidad de la vida, nos vemos obligados a tomar decisiones continuamente. El ejercicio de decidir, de elegir, forma parte del mismo ejercicio del vivir, forma su esencia más característica. Se vive decidiendo y eligiendo continuamente; la vida, puesta en perspectiva, es aquello que transcurre entre decisión y elección.

A veces es difícil decidirse sobre algo cuando ese algo sobre el cual decidimos afecta de una manera u otra a uno mismo, aunque en este caso y por lo general tomamos las decisiones de una forma más espontánea (porque, en el fondo, decidimos hacer aquello que con más fuerza nos empuja a ello), o cuando afecta otras personas, ya sea de una forma directa o de una forma indirecta, por lo que nuestras decisiones merecen una mayor deliberación bajo mi punto de vista. Puede afectarnos a nosotros mismos y a los demás para bien o puede afectar para mal, puede significar algo positivo a uno mismo pero negativo para otros seres que queremos, pero lo que está claro es que todas nuestras decisiones tienen repercusiones tanto para nosotros mismos como para los seres que nos rodean. La cuestión es que se ha de elegir, porque de no hacerlo, no nos movemos, nos quedamos estancados: en la elección está el avance, y quien no elige sigue teniendo a su alcance todas las posibilidades, pero es la realización de algunas de las posibilidades que contemplamos (incluso de las que nunca habiamos llegado a contemplar) lo que hace que vivamos. Vivir es elegir, elegir es vivir. No podemos escaparnos de esta condición intrínseca del ejercicio y práctica de la vida humana, tal como la conocemos.

Llegados a este punto, me enfrento a una decisión. Lo importante de la decisión no es una cuestión meramente objetiva, pues en una primera instancia yo decido qué nivel de implicación tiene esa decisión en mi vida. ¿Cuales son los pros y los contras que hacen que mi elección sea un "sí" o un "no"? ¿Qué va por delante de cualquier otra cosa, los demás o uno mismo? Los motivos que me lleven a esta encrucijada donde se dividen dos caminos, bajo el letrero de "sí" y de "no", no importan, lo único que importa es que estoy en una de las muchas encrucijadas a las que me habré de enfrentar a lo largo de mi vida, aunque es cierto que hay encrucijadas que se nos muestran más o menos relevantes según nuestra forma de entender la vida, y es evidente que en esto no hay objetividad, sino mera subjetividad: en el fondo, yo elijo que situaciones o que elecciones son más importantes en mi vida, a cuales debo prestarle mayor importancia y, por lo tanto, mayor deliberación. Algunos dirían, de forma simplista creo yo, que por delante de todo está uno mismo, y es evidente que una vez uno entiende como funciona la gran mayoría de quehaceres humanos así es, lo más sabio siempre resulta pensar en uno mismo y, en todo caso, intentar minimizar las consecuencias negativas que nuestra decisión pueda tener en nuestro entorno. Pero la cuestión de la elección, bajo mi propio análisis, se muestra como algo más complejo y con muchos más matices que simplemente decir: primero voy yo. Y no es cierto que no podamos prever parte de las consecuencias de nuestras decisiones (sí es cierto que, evidentemente, no podemos preverlas todas) y, en base a esta idea, conviene discernir y valorar con qué nos quedamos y tomar consciencia de qué es lo que nos mueve y como eso afecta a lo que elegimos y, por tanto, a nuestra vida misma.

Las razones, pues, son lo que a mí me importa. Por jerarquías, las razones que demos a los demás son las menos importantes, en el fondo lo que importa son las razones que nos demos a nosotros mismos, a no ser que las razones que demos a los demás sean exactamente las mismas que nos damos a nosotros mismos. No se trata de conseguir una especie de paz mental o de estado de bienestar de conciencia al entender (o tratar de entender) el fundamento último que nos lleva a actuar de una forma u otra, sino de algo mucho más complejo y difícil de definir. Las razones actuan, en última instancia y tal como lo entiendo, como fundamento mismo de lo que hacemos, y si no hay razones, si no somos capaces de identificar ningun tipo de razón en nuestro decir y hacer posiblemente no estemos mucho por la labor de tratar de entender porqué actuamos de una forma u otra, no estemos por darnos explicaciones ni a nosotros mismos ni a los demás, pues simplemente actuamos, guiados por fuerzas que no podemos comprender, y, de esta forma, entendemos que la gran mayoría de nuestros actos simplemente no se puede explicar ni comprender mediante la palabra o, mejor dicho, mediante la razón que guia la palabra. Pero aquel que se enfrenta a una decisión que, por su forma de sentir, de razonar y, sobretodo de ser, precisa de algun tipo de fundamento que valide o invalide la misma tanto a nivel personal, primeramente, como a nivel colectivo, secundariamente, no en un sentido de aprovación o justificación externa sino, simplemente, de comprensión, aquel que se encuentre en esta situación, inevitablemente debería rendir algun tipo de cuentas a los demás sobre aquello que ha elegido, se lo pidan estos o no, más si se trata de alguien a quien su cinturón de seres importantes que le acompañan en la vida le configuran y le afectan de una forma que, en el fondo, le gusta que así sea, porque entiende la tristeza (y de esto estoy seguro) que debe significar una vida plenamente solitaria, sin una cosntelación de amigos y familiares que orbiten entorno a uno mismo. Y lo difícil, a veces, es rendir este tipo de cuentas con los demás, dar razones de nuestras decisiones y elecciones a los demás, que son importantísimos para nosotros (así los vemos, no podemos verlos de otra forma), pero que no están sintiendo, ni razonando, ni siendo como nosotros mismos somos y, por lo tanto, la complejidad de la tarea abruma con su solo pensamiento.

En la vida hay que decidir y hay que elegir. Y (hablo por mi) en la vida, en un mayor o menor grado, hay que dar cuenta de las razones que nos llevan a decidir sobre algo, a uno mismo pero también a los demás. No siempre es así, pero si te exigen razones debes darlas, por la estima y el amor que profesas hacia esas personas. Les debes razones porque les quieres. No verlo así implica un inevitable distanciamiento, una lenta pero segura transformación en un "lobo solitario" que decide no depender de nadie porque no está para dar razones, un distanciamiento interpersonal fruto de la incomprensión que identificamos en los demás con respecto a nosotros mismos, a los motivos que nos llevan a elegir y actuar. No queremos que nos valoren, queremos evitar que nos configuren, nos sentimos incomprendidos, no aceptamos una realidad: vivimos rodeados de gente, gente que da sentido a lo que somos, y sin nadie a nuestro alrededor no somos más que "todo" solipsista que ya no debe enfrentarse a este tipo de problemáticas. Como yo elijo, yo no quiero eso. Por lo tanto, me enfrento a este problema del yo y los demás. En consecuencia de mi elección (todo es elección), a veces, debo dar razones de mis porqués. Y embarcarse en tratar de dar razones de nuestras decisiones y elecciones a los demás, si esas personas son importantes para nosotros y, por lo tanto, es importante para nosotros que esas personas comprendan porqué hacemos o dejamos de hacer ciertas cosas (no cualqueira de ellas, pues estoy hablando de una decisión, para mi, importante), todo esto, inevitablemente, abruma la mente y el espíritu, cansa, debilita. A esta difícil tarea se enfrenta aquel que no puede evitar depender de la "comprensión" (importante matiz, pues la aprovación en última instancia no importa) de los demás para estar plenamente seguro de tirar adelante aquello que, en el fondo, en su fuero interno ya ha decidido antes incluso de plantearse deliberarlo. Porque para uno mismo, la deliberación es, en el fondo, la intrincada y compleja red de autojustificaciones que fortalecen y dan sentido a lo que en un principio ya estaba claro, porque ya estaba decidido en el mismo momento en el que aparecia la encrucijada. En el fondo, todo ya está decidido: solo cabe descubrir (o redescubrir) el porque de esa decisión ya existente.

Debo tomar una decisión. Si estoy viviendo, debo elegir: el "deber" me obliga a ello. Así es la vida, a ello me obliga la situación llegados a este punto de la historia. No tomarla implica no moverme, no avanzar, quedarme quieto, esperar... pero, ¿esperar a qué? ¿a que alguien tome otro tipo de decisión que, a la larga, puede ser peor? ¿existe un miedo real al elegir por nosotros mismos y nos conformamos en que los demás elijan por nosotros? ¿hasta este punto rehuimos del vivir con toda su magnitud y problemática? Los hechos son los siguientes: todos elegimos, todos nos vemos afectados por nuestras elecciones y todos afectamos a los demás con nuestras elecciones. Decidir no tomar una elección no cierra antiguas ni abre nuevas posibilidades, deja todo en el mismo punto en el que está, paralizado, sin vida... no hay un avance real, no hay una transitación por la vida misma. Decidir no tomar una decisión ya es decidir algo, hasta este punto nos vemos configurados por nuestras decisiones. ¿Qué es lo mejor que puedo hacer, en el amplio término de posibilidades de "mejor"? ¿Qué es, en un primer término, lo más adecuado que puedo hacer teniendo en cuenta lo que quiero hacer y lo que necesito hacer y qué es, en segundo término, lo más correcto que podría hacer para con los demás? Tomar decisiones, bajo deliberación, sospesando cuidadosamente lo bueno y lo malo, aceptando con gratitud y merecimiento lo bueno pero, de igual manera, aguantar también estoicamente las consecuencias malas que de ello se puedan derivar es la forma más valiente, más vitalista para transitar por el camino de la vida, y si de la vida es de lo que estamos hablando, adoptar una actitud que no sea vitalista no debe siquiera contemplarse. Las razones pueden ser lo más importante como trasfondo meramente racional pero, al fin y al cabo, acaban siendo lo que menos importa. Tratar de autojustificarse o justificar a los demás con porqués resulta absurdo, pero aun así se me muestra como algo necesario, algo que necesito hacer porque, para mi, es muy importante que los planetas que orbitan alrededor del Sol de mi vida, que soy yo mismo, y se nutren tanto de mi como yo me nutro de ellos (pues soy Sol y soy planeta al mismo tiempo) no se ven afectadas por una mala decisión por mi parte. Y en el fondo, no hay buenas o malas elecciones, solo elecciones que traen un tipo de consecuencias u otras. Es la vida misma, no se puede evitar. La complejidad de la vida en sus múltiples manifestaciones contempla este tipo de situaciones que, bajo el análisis racional, se muestran como grandes contradicciones en sí mismas. Es necesario y, al mismo tiempo, es absurdo. Y solo estoy hablando de decisiones... Solo eso, nada importante. O, quizá, lo más importante sea hablar de decisiones.

Pero en lo más fondo del fondo, todo esto da igual, pues no debo tomar una decisión: desde el principio, la decisión ya estaba tomada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario