miércoles, 19 de junio de 2013

martes, 18 de junio de 2013

Decisión y consecuencia

En la complejidad de la vida, nos vemos obligados a tomar decisiones continuamente. El ejercicio de decidir, de elegir, forma parte del mismo ejercicio del vivir, forma su esencia más característica. Se vive decidiendo y eligiendo continuamente; la vida, puesta en perspectiva, es aquello que transcurre entre decisión y elección.

A veces es difícil decidirse sobre algo cuando ese algo sobre el cual decidimos afecta de una manera u otra a uno mismo, aunque en este caso y por lo general tomamos las decisiones de una forma más espontánea (porque, en el fondo, decidimos hacer aquello que con más fuerza nos empuja a ello), o cuando afecta otras personas, ya sea de una forma directa o de una forma indirecta, por lo que nuestras decisiones merecen una mayor deliberación bajo mi punto de vista. Puede afectarnos a nosotros mismos y a los demás para bien o puede afectar para mal, puede significar algo positivo a uno mismo pero negativo para otros seres que queremos, pero lo que está claro es que todas nuestras decisiones tienen repercusiones tanto para nosotros mismos como para los seres que nos rodean. La cuestión es que se ha de elegir, porque de no hacerlo, no nos movemos, nos quedamos estancados: en la elección está el avance, y quien no elige sigue teniendo a su alcance todas las posibilidades, pero es la realización de algunas de las posibilidades que contemplamos (incluso de las que nunca habiamos llegado a contemplar) lo que hace que vivamos. Vivir es elegir, elegir es vivir. No podemos escaparnos de esta condición intrínseca del ejercicio y práctica de la vida humana, tal como la conocemos.

Llegados a este punto, me enfrento a una decisión. Lo importante de la decisión no es una cuestión meramente objetiva, pues en una primera instancia yo decido qué nivel de implicación tiene esa decisión en mi vida. ¿Cuales son los pros y los contras que hacen que mi elección sea un "sí" o un "no"? ¿Qué va por delante de cualquier otra cosa, los demás o uno mismo? Los motivos que me lleven a esta encrucijada donde se dividen dos caminos, bajo el letrero de "sí" y de "no", no importan, lo único que importa es que estoy en una de las muchas encrucijadas a las que me habré de enfrentar a lo largo de mi vida, aunque es cierto que hay encrucijadas que se nos muestran más o menos relevantes según nuestra forma de entender la vida, y es evidente que en esto no hay objetividad, sino mera subjetividad: en el fondo, yo elijo que situaciones o que elecciones son más importantes en mi vida, a cuales debo prestarle mayor importancia y, por lo tanto, mayor deliberación. Algunos dirían, de forma simplista creo yo, que por delante de todo está uno mismo, y es evidente que una vez uno entiende como funciona la gran mayoría de quehaceres humanos así es, lo más sabio siempre resulta pensar en uno mismo y, en todo caso, intentar minimizar las consecuencias negativas que nuestra decisión pueda tener en nuestro entorno. Pero la cuestión de la elección, bajo mi propio análisis, se muestra como algo más complejo y con muchos más matices que simplemente decir: primero voy yo. Y no es cierto que no podamos prever parte de las consecuencias de nuestras decisiones (sí es cierto que, evidentemente, no podemos preverlas todas) y, en base a esta idea, conviene discernir y valorar con qué nos quedamos y tomar consciencia de qué es lo que nos mueve y como eso afecta a lo que elegimos y, por tanto, a nuestra vida misma.

Las razones, pues, son lo que a mí me importa. Por jerarquías, las razones que demos a los demás son las menos importantes, en el fondo lo que importa son las razones que nos demos a nosotros mismos, a no ser que las razones que demos a los demás sean exactamente las mismas que nos damos a nosotros mismos. No se trata de conseguir una especie de paz mental o de estado de bienestar de conciencia al entender (o tratar de entender) el fundamento último que nos lleva a actuar de una forma u otra, sino de algo mucho más complejo y difícil de definir. Las razones actuan, en última instancia y tal como lo entiendo, como fundamento mismo de lo que hacemos, y si no hay razones, si no somos capaces de identificar ningun tipo de razón en nuestro decir y hacer posiblemente no estemos mucho por la labor de tratar de entender porqué actuamos de una forma u otra, no estemos por darnos explicaciones ni a nosotros mismos ni a los demás, pues simplemente actuamos, guiados por fuerzas que no podemos comprender, y, de esta forma, entendemos que la gran mayoría de nuestros actos simplemente no se puede explicar ni comprender mediante la palabra o, mejor dicho, mediante la razón que guia la palabra. Pero aquel que se enfrenta a una decisión que, por su forma de sentir, de razonar y, sobretodo de ser, precisa de algun tipo de fundamento que valide o invalide la misma tanto a nivel personal, primeramente, como a nivel colectivo, secundariamente, no en un sentido de aprovación o justificación externa sino, simplemente, de comprensión, aquel que se encuentre en esta situación, inevitablemente debería rendir algun tipo de cuentas a los demás sobre aquello que ha elegido, se lo pidan estos o no, más si se trata de alguien a quien su cinturón de seres importantes que le acompañan en la vida le configuran y le afectan de una forma que, en el fondo, le gusta que así sea, porque entiende la tristeza (y de esto estoy seguro) que debe significar una vida plenamente solitaria, sin una cosntelación de amigos y familiares que orbiten entorno a uno mismo. Y lo difícil, a veces, es rendir este tipo de cuentas con los demás, dar razones de nuestras decisiones y elecciones a los demás, que son importantísimos para nosotros (así los vemos, no podemos verlos de otra forma), pero que no están sintiendo, ni razonando, ni siendo como nosotros mismos somos y, por lo tanto, la complejidad de la tarea abruma con su solo pensamiento.

En la vida hay que decidir y hay que elegir. Y (hablo por mi) en la vida, en un mayor o menor grado, hay que dar cuenta de las razones que nos llevan a decidir sobre algo, a uno mismo pero también a los demás. No siempre es así, pero si te exigen razones debes darlas, por la estima y el amor que profesas hacia esas personas. Les debes razones porque les quieres. No verlo así implica un inevitable distanciamiento, una lenta pero segura transformación en un "lobo solitario" que decide no depender de nadie porque no está para dar razones, un distanciamiento interpersonal fruto de la incomprensión que identificamos en los demás con respecto a nosotros mismos, a los motivos que nos llevan a elegir y actuar. No queremos que nos valoren, queremos evitar que nos configuren, nos sentimos incomprendidos, no aceptamos una realidad: vivimos rodeados de gente, gente que da sentido a lo que somos, y sin nadie a nuestro alrededor no somos más que "todo" solipsista que ya no debe enfrentarse a este tipo de problemáticas. Como yo elijo, yo no quiero eso. Por lo tanto, me enfrento a este problema del yo y los demás. En consecuencia de mi elección (todo es elección), a veces, debo dar razones de mis porqués. Y embarcarse en tratar de dar razones de nuestras decisiones y elecciones a los demás, si esas personas son importantes para nosotros y, por lo tanto, es importante para nosotros que esas personas comprendan porqué hacemos o dejamos de hacer ciertas cosas (no cualqueira de ellas, pues estoy hablando de una decisión, para mi, importante), todo esto, inevitablemente, abruma la mente y el espíritu, cansa, debilita. A esta difícil tarea se enfrenta aquel que no puede evitar depender de la "comprensión" (importante matiz, pues la aprovación en última instancia no importa) de los demás para estar plenamente seguro de tirar adelante aquello que, en el fondo, en su fuero interno ya ha decidido antes incluso de plantearse deliberarlo. Porque para uno mismo, la deliberación es, en el fondo, la intrincada y compleja red de autojustificaciones que fortalecen y dan sentido a lo que en un principio ya estaba claro, porque ya estaba decidido en el mismo momento en el que aparecia la encrucijada. En el fondo, todo ya está decidido: solo cabe descubrir (o redescubrir) el porque de esa decisión ya existente.

Debo tomar una decisión. Si estoy viviendo, debo elegir: el "deber" me obliga a ello. Así es la vida, a ello me obliga la situación llegados a este punto de la historia. No tomarla implica no moverme, no avanzar, quedarme quieto, esperar... pero, ¿esperar a qué? ¿a que alguien tome otro tipo de decisión que, a la larga, puede ser peor? ¿existe un miedo real al elegir por nosotros mismos y nos conformamos en que los demás elijan por nosotros? ¿hasta este punto rehuimos del vivir con toda su magnitud y problemática? Los hechos son los siguientes: todos elegimos, todos nos vemos afectados por nuestras elecciones y todos afectamos a los demás con nuestras elecciones. Decidir no tomar una elección no cierra antiguas ni abre nuevas posibilidades, deja todo en el mismo punto en el que está, paralizado, sin vida... no hay un avance real, no hay una transitación por la vida misma. Decidir no tomar una decisión ya es decidir algo, hasta este punto nos vemos configurados por nuestras decisiones. ¿Qué es lo mejor que puedo hacer, en el amplio término de posibilidades de "mejor"? ¿Qué es, en un primer término, lo más adecuado que puedo hacer teniendo en cuenta lo que quiero hacer y lo que necesito hacer y qué es, en segundo término, lo más correcto que podría hacer para con los demás? Tomar decisiones, bajo deliberación, sospesando cuidadosamente lo bueno y lo malo, aceptando con gratitud y merecimiento lo bueno pero, de igual manera, aguantar también estoicamente las consecuencias malas que de ello se puedan derivar es la forma más valiente, más vitalista para transitar por el camino de la vida, y si de la vida es de lo que estamos hablando, adoptar una actitud que no sea vitalista no debe siquiera contemplarse. Las razones pueden ser lo más importante como trasfondo meramente racional pero, al fin y al cabo, acaban siendo lo que menos importa. Tratar de autojustificarse o justificar a los demás con porqués resulta absurdo, pero aun así se me muestra como algo necesario, algo que necesito hacer porque, para mi, es muy importante que los planetas que orbitan alrededor del Sol de mi vida, que soy yo mismo, y se nutren tanto de mi como yo me nutro de ellos (pues soy Sol y soy planeta al mismo tiempo) no se ven afectadas por una mala decisión por mi parte. Y en el fondo, no hay buenas o malas elecciones, solo elecciones que traen un tipo de consecuencias u otras. Es la vida misma, no se puede evitar. La complejidad de la vida en sus múltiples manifestaciones contempla este tipo de situaciones que, bajo el análisis racional, se muestran como grandes contradicciones en sí mismas. Es necesario y, al mismo tiempo, es absurdo. Y solo estoy hablando de decisiones... Solo eso, nada importante. O, quizá, lo más importante sea hablar de decisiones.

Pero en lo más fondo del fondo, todo esto da igual, pues no debo tomar una decisión: desde el principio, la decisión ya estaba tomada.

lunes, 10 de junio de 2013

Cuestión de elección

Nuestra actitud frente la vida, es decir, lo que entiendo como el tipo de vida que llevamos, es, al fin y al cabo, una elección propia de cada uno de nosotros con respecto a si mismo. Somos lo que somos porque así hemos elegido serlo, aunque algunas veces se es lo que se es porque irremediablemente uno está configurado para serlo. Las cosas que vivimos, las cosas por las que pasamos, y lo que recibimos de cada una de las personas que se cruza por nuestras vidas nos afecta de un modo que queda corto a la hora de exponerlo mediante la palabra, dicha o escrita, porque tal acto comunicativo minimiza de una forma imposible de definir aquello que por dentro tiene carácter de inmensidad. De todas formas, el determinismo del que somos presa tiene, sin duda, mucho que decir cuando se trata de entender lo que somos.

Cuando hablo de mi, de lo que yo soy o lo que creo que soy, de lo que las cosas por las que he pasado y las cosas que me han pasado han hecho que sea y, en última instancia, de las elecciones que he tomado para ser así, no puedo olvidarme de tener en cuenta las disposiciones de mi carácter, de mi forma de ser, de mi "alma" (en un corte más platónico) que marcan el camino de mis elecciones (en este sentido, el determinismo actúa también) y la árdua empresa de remontarme, en una cadena causal, de causa en causa para buscar la causa última, que sea causa de si misma (causa sui) que hace que yo mismo sea aquello que soy resulta una tarea tan complicada como aquel que se pregunta sobre qué se aguanta Atlas, el titán que sostiene el mundo según la motología griega. Decían los griegos que se aguantaba sobre un caparazón de tortuga pero una mente inquisitiva podría preguntar, "vale, bien, pero ¿ése caparazón de tortuga, sobre qué se aguanta?" Evidentemente, la respuesta era que sobre otro caparazón de tortuga, y de ahí para abajo todo lo demás son caparazones de tortuga. Por lo tanto, me olvidaré de causas últimas y me centraré en causas primeras, indentificables a simple vista, causas que estén al alcance de una mente tan poco habituada a la reflexión puramente académica como lo es la mía (en el fondo, tampoco me arrepiento de ello, es más, me gusta).

La disposición de cada cual para ser más propenso a ser un tipo de persona u otra viene determinada, más que por motivos racionales o genéticos, por motivos sentimentales. Lo que nos pasa, lo que vivimos, es interpretado según nuestra disposición sentimental para afectarnos de una forma u otra, de una manera más fuerte o débil, con una intensidad u otra, en función de nuestra forma de ser y nuestra manera de sentir. Los sentimientos, aquella asignatura olvidada de las ciencias por su elevada complejidad de comprensión y sus múltiples manifestaciones cambiantes sin seguir un patrón lógico o explicable mediante la razón, deben ser tomados en cuenta de una forma más relevante más allá de la simple psicologia, pues, creo, dicen más de nosotros mismos, de lo que somos y del porqué lo somos, que cualquier otro tipo de razonamiento o "excusa" científica que nos hable de procesos mecanizados que llevan a algun tipo de verdad a medias. Puede uno escudarse con esa "verdad", pensar que ciertos estímulos eléctricos en nuestro cerebro son la causa de tales o cuales comportamientos pero, sin duda, existe un factor de desarrollo sentimental que no podemos explicar con nuestra "ciencia" actual. Por encima de seres racionales y, sobretodo, antes de que eso, somos seres sentimentales. Y es el sentimiento lo que nos guía, no la falacia de la razón. Porque, ¿qué papel tendría la pasión (el sentimiento pasionario) en el desarrollo de cierto invento, puesta en perspectiva junto con la razón, sino es el de mayor importancia en una escala de valores sobre qué es aquello que nos impulsa? La razón seria la máquina, la pasión su propulsión. No hay razón verdadera manifestandose en todo su esplendor sin ir acompañada de este sentimiento, la pasión, pero si puede haber pasión sin razón. De hecho, la gran mayoria de pasiones resultan del todo irracionales.

Lo que somos lo marcan, mayoritariamente, nuestras elecciones, nuestras elecciones que, sin duda, son guiadas por lo que sentimos, por nuestros sentimientos. No hay más lógica a la hora de valorar qué somos que la ausencia de lógica que implica el sentir. La gran mayoría de decisiones más importantes de nuestras vidas las tomamos guiadas más por un sentimiento que por una decisión racional. ¿Esto es así? Me gustaría pensar que es así, porque yo soy un ser humano y los seres humanos actuan así, por pasión antes que por razón. La razón no es más que la auténtica máscara bajo la que creemos actuar la gran mayoría de tiempo pero, con un análisis crítico de las causas, veremos que toda racionalidad esconde detrás un fuerte sentimiento del tipo que sea. Yo pienso así, y me gustaría pensar que la gran mayoría de mis contemporáneos también sienten que es así, aunque la experiencia muchas veces nos demuestre lo contrario. Al fin y al cabo, supongo que la situación, a todas las escalas, está como está debido justamente a ese factor, a que "pensamos demasiado y sentimos muy poco", tal como decía el gran Charles Chaplin del cual mucho deberíamos aprender. De todas formas, no entraré a valorar el proceder de los demás en cuanto a qué es lo que les lleva a la creación de su identidad y a la aceptación de una determinada forma de vida en vez de otra, pues seria imposible comprender las razones verdaderas de tal proceder al no encontrarme como no me encuentro en su propia cabeza, sino que me centraré en valorar única y exclusivamente aquello que conozco, o creo conocer, o en realidad en lo que menos conozco, que soy yo mismo.

¿Qué es lo que ha hecho que yo, a estas alturas de la película de mi vida en las que me encuentro, sea como soy? Sin duda, deben ser, en primera o en última instancia y en función de la elección en concreto que decida analizar, los sentimientos. Soy así, así he elegido y así he actuado. La disposición de mi "alma" así lo ha querido, y yo he sido fiel a esta disposición. He llegado a ser lo que soy queriendolo y no queriendolo. Ha sido inevitable. Y, en realidad, no he llegado a ser lo que soy, pues, en el fondo, estaba destinado a serlo. Curiosa contradiccón. Cada elección que he hecho me ha llevado a ser lo que soy, y cada elección estaba impregnada de una dosis más o menos fuerte de cierto determinismo en relación a lo que habia ido viviendo hasta la fecha, y lo que ha sido determinante es como eso me habia afectado a nivel personal. No encuentro otra causa más firme e inamovible que esa, que lo que he ido extrayendo de todas y cada una de las vivencias que conforman mi vida hasta la fecha, no de una forma racional sino sentimental, ha posibilitado que mi realización se esté llevando a cabo en el devenir de los días, hasta llegar al día de hoy, dia que estoy analizando en perspectiva, mirando hacia atrás. Dedico mi vida al estudio de una materia tan compleja, volátil y inestable como es el pensamiento, justo porque el sentimiento se me ha mostrado claramente en el trasfondo de esta tarea. ¿Qué resulta más preconfigurador, más esencial, más básico y más fundamental que el simple pensamiento o el hecho de pensar, hecho que resulta el principal elemento edificador de cualquiera de las cosas habidas y por haber en la realidad que contemplo? Todo lo que vemos en este mundo, todo lo que ha sido tratado y modificado por el alma humana, ha sido pensado antes de haber sido creado. No existe creación sin previo pensamiento. Y, sin duda, el mundo puede llegar a ser un lugar tan triste, frío y devastador como alegre, cálido y bonito al mismo tiempo, y de la toma de consciencia de este hecho extraigo la idea de que resulta imposible no contemplar aunque sea la más mínima posibilidad de un previo sentimiento impulsor tras el pensamiento que ha posibilitado la creación de lo que veo, porque si así se manifiesta y asi puede ser interpretado es porque así ha sido creado para manifestarse e interpretarse.

El sentimiento, la posibilidad de causar una emoción, está presente en todo lo que podemos encontrar en este mundo y, sin querer caer en creacionismos ni diseños inteligentes de ningun tipo que justificaría que así fuera, se encuentra presente detrás de algo tan complejo como es la propia vida como detrás de la simple cuchara que nos ayuda, práctica y funcionalmente, a tomarnos una sopa, o el simple zapato que se amolda y adapta, conforme a nuestro diseño pero también conforme a su realización zapatil, a la forma y tamaño de nuestro pie, o la triste observación de la lágrima ajena ("ese simple proceso fisiológico mecanizado") que cae por la mejilla del otro cuando un corazón está roto, o la contemplación de un paisaje que, compuesto por elementos puramente naturales, evocan en nuestra mente una serie de sentimientos de nostalgia o tristeza que no podemos identificar o atribuir de una forma lógica a las formas que observamos, pues simplemente se dan, o la mariquita que recorre volando la ciudad recordando melancólicamente ese campo de amapolas del cual, definitivamente, no debería haber salido nunca. De todo lo que vemos podemos extraer un sentimiento, como observadores. Así como también de todo lo que vivimos en primera persona, y está en nuestra mano prestarle atención a este hecho o no prestárselo. Lo que importa es lo que sigue: que de darse, como es el caso, resulta imposible, almenos bajo mi inexperto juicio, no dejarse llevar por dicho sentimiento, que tal emoción no sea una emoción tan simple pero al mismo tiempo profunda e indudablemente configuradora en las decisiones que tomamos como realmente es, así como lo que decidimos creer y lo que hacemos también lo es. Somos creadores de sentimientos, somos interpretadores de sentimientos y somos, en sí, sentimientos pensantes. Así soy yo, y mi primera verdad no es el "pienso, luego existo" cartesiano, sino el "siento, luego pienso, luego existo". Existir como humanos implica sentir, de una forma tanto o más indudable, a mi parecer, como el sentir. ¿Como, si no, podría yo existir, sin sentir? Posiblemente podría, pero ¿sería una vida que merecería la pena vivir? Posiblemente lo fuera, pero mis reglas de la lógica me invitan a pensar que si, y solo si, jamás hubiese experimentado el "sentir" porque, de darse, no podría vivir más sin ese sentir, quedaria profunda e inevitablemente pegado, anexionado, unido a esa posibilidad, la posibilidad de sentir, de vivir mi vida sintiendo.

Pero eso no es una posibilidad, es una realidad: soy un ser que siente, incluso antes de ser un ser que piensa. Soy un animal sentimental, incluso antes de ser un animal racional. El sentimiento siempre es previo al pensamiento, el sentimiento siempre es previo a la razón. Esta es mi primera gran verdad que no precisa más objetividad que la que garantiza la universalidad de las "tablas de la verdad" de mi propio pensamiento, dentro de mi diminutamente infinito mundo. Como "ser sintiente" que soy, expreso mi sentir en el pensamiento. Eterno soñador, eterno melancólico, eterno ganador y eterno perdedor. Explorador incansable, buscador insatisfecho, siempre buscando, de aquí para allá, en pequeños detalles, el mínimo resquicio de emotividad en cualquier hecho cotidiano, aunque la expresión no siempre se lleva a cabo por motivos cicunstanciales: la penitencia o el fiesta son, en la mayoría de los casos, internos. Ni mi acto de pensar ni mi pensamiento pretenden ser una manifestación racional de cierta comprensión estructurada del mundo (o quizá si, pero a mi manera). Se razona a partir del sentir, y el sentir no tiene una estructura. Por este sentir pienso, y por este pensar de carácter irremediablemente sentimental escribo ahora mismo: pienso, luego escribo, pero pienso porque siento y siento porque siento, esta es mi razón última, causa de ella misma, "causa sui". Lo que sienta o deja de sentir es, en el fondo, lo que menos importancia tiene, pues no hay razón ni lógica alguna para justificar este texto más allá que el puro frenesí desenfrenado de un sentir que mueve mis dedos casi aleatoriamente para componer esta sinfonía desafinada de palabras con cierta conexión mútua que pretenden configurar la totalidad de un mensaje que resulta imposible expresar como tal pero que sale de mi y se transforma en estas líneas. Quizá no llegue a nada en concreto, tampoco esa es mi pretensión: en el fondo solo es una búsqueda (o recordatorio) de mis porqués eternos. Y esque toda razón última de mis "porqués" (así mi propia vida me lo ha enseñado) surgen de la forma más espontánea a través de un sentir previo que urge a ello, sea acto sea pensar, y, aunque se muestren enmascaradas con la excusa de la razón, que no es más que un medio, un modo de expresarse, debo recordarme a mi mismo, de vez en cuando y para no olvidar, cual es el verdadero caparazón de tortuga que sostiene mi mundo en toda su totalidad.

martes, 4 de junio de 2013

Fukuyama VS Albertiyu (ronda 1): "Fi de la història" VS. "Principi del present"

Aquesta és la part de parra mental que he hagut d'excloure del meu treball sobre el concepte de "fi de la història" en Fukuyama per falta d'espai quan m'he adonat que l'extensió màxima del treball era de 2100 caràcters i ja en portava més de 16000.

El principi del present 


Analitzant el que s'ha anat dient sobre el concepte de fi de la història" en Hegel i Marx, en un passat no tant llunyà on es perfilaven les estructures socioeconòmiques que avui dia imperen al món, i Fukuyama, en un present on algunes d'aquestes estructures socioeconòmiques han triomfat i s'han establert d'una forma quasi canònica, un no es pot evitar el fet de formular-se a si mateix alguna pregunta crítica al respecte:

- Quins són els possibles motius ocults (en un sentit de deconstruccionisme a l’estil Derrida), ja siguin motius de conformisme, d’interès preservatiu de d’un Status Quo determinat o de falta d’un autèntic esperit de recerca filosòfic característic per a tota empresa d’aventurament especulatiu, que poden haver-hi darrere de la formulació d’un concepte tant ferm i tallant com el que ens ocupa en el present assaig per tal d’assegurar, amb una plena convicció interna quasi dogmàtica que, sigui quin sigui el moment històric en el que ens trobem i sota el qual fem aquest judici de valor, ens trobem en el “fi de la història”, en el punt màxim de desenvolupament racional o ideològic de l’ésser humà? 

- De veritat aquest excés de presumpció i supèrbia intel·lectual d’aquell que, per exemple, mira el seu entorn i està content amb el que veu (siguin quins siguin els motius personals o ideològics que possibiliten dit acontentament com, per exemple, el cas de ser partícip d’un model social que, per força, ens ha d’afavorir en la nostra condició per tal de voler compartir) és suficient com per estar segur internament i assegurar als demés que ja no hi ha res més possible més enllà de l’establiment i perpetuació d’un model determinat en el qual ens trobem i del qual participem d’una forma més o menys conforme perquè, a nivell d’interès, aquest ens beneficia o perquè, a nivell de capacitat, no som capaços d’imaginar res millor que això? 

- Quin paper té aquí la disposició del múltiple i variat pensament humà, el total desconeixement del devenir i l’enorme inconmensurabilitat a les que ens veiem abocats necessàriament quan tan sols intentem preveure, mitjançant la imaginació o la nostra capacitat predictiva en funció del que veiem en el moment present, quins seran els futurs esdeveniments que marcaran un possible canvi en el procés d’agrupament i organització social de l’ésser humà en segles futurs, més tenint en compte els casos històrics de moments passats en els que, evidentment, els habitants d’aquella realitat històrica no podrien ni imaginar que en un futur estaríem on estem ara, amb un model social gairebé del tot global que en altres èpoques ni tan sols hauria estat possible d’imaginar donades unes condicions de desconeixement de les possibilitats que, avui dia, coneixem? 

Totes aquestes qüestions, i moltes més que podrien formular-se d’una forma més o menys crítica amb respecte als partidaris de trobar-nos en el “fi de la història”, com el cas de la visió sostinguda per Fukuyama, poden acusar-se de ser crítiques relativistes, escèptiques o poc constructives, doncs avui dia gairebé qualsevol intent de refutació o, tan sols, de posada en dubte del que acadèmicament es considera canònic, és acusat d’alguna d’aquestes contracrítiques. Però el que aquí fem, pensem, no és una refutació perquè sí, perquè estiguem en contra d’una proposta determinada i interessi mirar de refutar-la, sinó un atac a una qüestió de molta més importància filosòfica al nostre entendre: ataquem la prepotència intel·lectual que derivem de fer un anàlisis i judici de valor del present, valorat des d’una perspectiva històrica passada, i la projecció de pretensió objectiva d’aquesta valoració no només en relació a l’abans i a l’ara, al passat i al present, sinó, sobretot, al després, al futur.

Evidentment, el coneixement de com s’ha donat el desenvolupament social històric i quins han estat els passos necessaris que ens han permès estar on estem actualment resulta imprescindible si el que volem fer es valorar el moment present de la forma més completa, i fer-ho no és cap crim filosòfic, no s’acusa el fet de voler valorar el present que ens ocupa. El que resulta un crim filosòfic no es tant el fet de voler valorar, sota una perspectiva històrica, el progrés que es pugui haver donat en relació a moments passat a partir de les pre-concepcions determinades que siguin sobre què és el que ha possibilitat aquest possible progrés, sinó el fet d’aventurar-se a fer la valoració de que, donats uns paràmetres de coneixement i una realitat social determinats que, en relació a anteriors, ens poden semblar millors o pitjors, o sota una sèrie de prejudicis intel·lectuals de diversa classe sorgits d’un paradigma de coneixement determinat, el moment històric en el que ens trobem en el present és el “fi de la història”, i a partir d’aquí, ja no pot haver-hi res més.

La “falsa seguretat” que ens proporciona el fet de valorar un “estat de les coses” present sota la perspectiva històrica i sota la, a vegades, falsa bandera del “progrés”, ens invita a pensar que, evidentment, l’organigrama polític, social i econòmic és millor actualment que el que ho era en un passat on, per exemple, on abans imperava un despotisme il·lustrat o una dictadura declarada, actualment hi ha una democràcia lliberal. Però, què és el progrés i en quin sentit podem parlar d’un progrés veritable? Vista la situació, el progrés és un procés de refinament “continuat” (remarco la paraula “continuat”) del que satisfà un interès o una necessitat d’una societat determinada, i en aquest sentit segueix sent una necessitat governamental, organitzativa, i distributiva. I, pel fet de que el progrés sigui un procés  de refinament “continuat”, què marca els límits d’allò que s’entén per progrés i quan aquest deixa de ser progrés per passar a ser estancament i perpetuació? 

Evidentment, estem en molts sentits millor que segles enrere, sota unes estructures socioeconòmiques i polítiques que garanteixen a l’individu la seva llibertat i lliure desenvolupament en una societat que mira de coaccionar en la mínima mesura possible, i vist des d’aquesta perspectiva això significa un veritable progrés en relació al que teníem amb anterioritat, però, tot i així, existeixen mancances que queden pendents de resoldre i que han de seguir “refinant-se” en aquest camí imprevisible i imprecís que marca el que entenem per progrés. Sota aquesta perspectiva, i valorant el que valorem en l’actualitat en relació al passat, què legitima l’asseveració de que, actualment, estem en la millor de les situacions possibles tenint en compte que existeix un futur i, sobretot i el que és més important, tenint en compte de que som incapaços d’anticipar el que està per venir, el que està per succeir, el que li queda per recórrer a l’espècie humana en el seu refinament constant que rep el nom de progrés? Sota una mirada crítica, no res més que la falsa presumpció, l’excés de prepotència i el patent crim filosòfic que representa el fet de projectar cap al futur les nostres “falses seguretats” presents, tant vulnerables de ser refutades en un futur i tant susceptibles al canvi que pot suposar un “gir copernicà” de la mirada que deconstrueix els moments passats que oblidem que, dintre d’uns segles, aquesta realitat que avui dia valorem com a “fi de la història” serà un esdeveniment pertanyent al passat i que, la pròpia història ens diu que la marxa de l’ésser humà a través d’aquesta ha sigut, “contínuament” (i torno a remarcar aquí la paraula “contínuament”) una marxa constant, que veu el passat, que mira el present però que no pot veure el futur, que es mostra cega als esdeveniments que deparen a la humanitat en el seu camí de “progrés”, una marxa susceptible al canvi però, pel bé de l’activitat filosòfica, conscient d’aquest, una marxa constant, imparable, imprevisible cap a un estat diferent de coses.

Fukuyama, segons veiem, ha fet una interpretació errònia del que la marxa de l’ésser humà al llarg de la història ha ensenyat a la humanitat. Els intents de Fukuyama de donar estatut de “fi de la història” a l’estat actual de coses a un nivell ideològic, al triomf del model capitalista liberal occidental i la seva implementació gradual progressiva al llarg de tot el globus planetari són, en aquest sentit, i sota la perspectiva que hem tractat la qüestió, un autèntic crim filosòfic que, més que buscar raons filosòfiques autèntiques que salvin al model de la fragilitat dels esquemes organitzatius actuals davant de la imprevisibilitat de possibles esdeveniments futurs que actuïn com a revulsiu per a una creixent necessitat de canvi pel deteriorament intern que suposa el model capitalista busca fer un intent d’establiment, defensa i perpètuament de dit model i, de pas, de l’ Status Quo que representa aquesta concepció en concret. Per molt interioritzat i arrelat que tinguem el model capitalista en el que vivim, fins al punt de que des del dia que naixem, d’una forma més o menys directa, ens pre-configuren perquè acceptem i siguem partícips actius de la perpetuació de dit model, res ni ningú pot assegurar que, quan la necessitat general urgeixi, tal model es mantingui, així com ningú pot tampoc assegurar que aquest sigui el punt de màxim progrés en l’organigrama polític, social i econòmic de l’ésser humà. També els camperols i pagesos de l’edat mitjana tenien profundament interioritzats i arrelats la seva condició de servents del senyor feudal, però aquesta perspectiva s’ha refinat amb el temps, s’ha donat un progrés racional cap a una igualtat. I també cal tenir en compte que, per molt que per refinament haguem arribat aquí, aquest no és el final del camí, i la història ens dona múltiples exemples que, des de la nostra actualitat, podem corroborar com a exemples de que això és així, com també ho faràn els nostres descendents, si seguim el desenvolupament que ha tingut  la lògica històrica, quan valorin com han canviat les coses des d’una perspectiva històrica.

Més que parlar d’un “fi de la història” convindria parlar d’un “inici del present”. Un present que comença ara i que no acaba, que sempre està “present”. En aquest present, que comença i torna a començar instant rere instant, la situació és la que tenim, i no hi ha volta de fulla. La coneixem i la valorem i, en relació al que hi ha hagut, és evident que estem millor del que estàvem com també és evident que podem identificar un notable progrés valorant el que tenim en relació al que hi havia. Parlar, però, del moment present com a “fi de la història” comporta atemptar contra el principi d’imprevisibilitat que les nostres capacitats humanes tenen vers els esdeveniments futurs. Tot és possible en un futur, fins i tot el sorgiment, per necessitat, d’un tipus de civilització caracteritzada per un ésser humà molt més harmonitzat amb ell mateix i amb la naturalesa que, mitjançant un veritable perfeccionament intern, no precisi dels elements que avui dia resulten indispensables per a la nostra organització política, social i econòmica, com un govern, o la policia i els cossos de seguretat, o la necessitat d’una moneda i un banc que la reguli. Una societat que visqui en pau, al prendre consciència de la seva fragilitat dins un món que cada cop més es ressent de la nostra presència corruptora. Si podem imaginar-ho, és que és possible. No seria aquest un veritable “fi de la història” que garantitzaria un progrés molt més real en un sentit més ampli, més objectiu tenint en compte la possibilitat de que es donés un canvi de consciència de les necessitats reals en funció del nostre instint d’autopreservació com a espècie, diferent al que tenim actualment i que depèn de les necessitats que prenem com a primordials en aquest moment actual? 

La idea que tenim de progrés és relativa, i és en funció del que cadascú entengui per progrés que podem parlar d’un veritable “fi de la història”, però mai en un sentit objectiu del terme. Pretendre tintar d’objectivitat l’idea de final del progrés ideològic en un moment històric determinat en funció de les necessitats imperants en dit moment històric resulta presumptuós i no és res més que un exercici d’especulació, tant o més legítim com el que ens hem aventurat a fer. No queda altra solució en front a aquesta problemàtica del “fi de la història” que veure els arguments de Fukuyama com arguments relativistes, relatius al que ell contempla com una necessitat del moment present, però que no tenen perquè ser compartits. No queda altra solució que mostrar-se escèptics amb el que ha de venir, tenint en compte que hi ha un passat, que la història dona compte d’aquest passat i que ens explica perquè estem aquí, i és evident que hem d’aprendre d’aquest passat, com és evident, també, que hem de valorar on estem pel que hem viscut, però també és important tenir en compte que hi ha un futur i resulta del tot imprevisible, i el que de veritat importa, més que qualsevol altre cosa, és que hi ha un canvi constant, que hi ha un present que possibilita un futur que obre una perspectiva de canvi, un present que comença ara i torna a començar, instant rere instant.

No hi ha un veritable fi de la història: la història continua en el present.